lunes, 6 de febrero de 2017

LEYENDA DE TERROR EN BUENOS AIRES

El sol comenzaba a descender por el occidente, el reloj marcaba las seis de la tarde y la leve brisa comenzaba a rondar entre las góticas tumbas que adornan la última morada de miles de personas en el cementerio de la Chacarita, uno de los mas emblemáticos de la ciudad de Buenos Aires. Poco a poco la multitud que visitaba la ciudad de los muertos se concentraba en la salida para dirigirse a sus respectivos destinos personas que venían turisteando, curioseando y muchas otras visitando a sus seres queridos. Una de ella era Felipa, una mujer de mediana edad, una Argentina como cualquier otra a quien la vida le había jugado una mala pasada o quizás la peor de todas. 

Su madre, su única amiga y compañera de vida había fallecido recientemente debido a una terrible enfermedad que la aquejaba desde hacía más de una década. Felipa desde entonces visitaba a su madre a diario en uno de los mausoleos más grandes y ostentosos de todo el cementerio. Pasaba largas horas teniendo conversaciones consigo misma suponiendo que era su madre a quien se dirigía y aún más especial era que ella consideraba que su madre le daba respuesta a cada una de sus inquietudes. 

La noche caía y era hora de abandonar el lugar. Se despidió de su madre con un beso largo en la fría capa de mármol que cubría el féretro de la tumba y salió. Recorrió los pequeños callejones estrechos y finamente formados por el resto de mausoleos, todos estaban vacíos, la vida  no existía en ese lugar en aquella hora. Caminaba cada vez más apurada y sus pasos hacían eco al atravesar del laberinto de tumbas y aquel sonido la perturbaba, se sentía claustrofóbica en medio del silencio que aturdida su mente. Se sentía perseguida aunque aquella no era una sensación novedosa, todos los días en su vuelta a casa era el mismo proceso, los mismos sentimientos, las mismas sensaciones y el mismo llanto.

Por fin logró llegar a la imponente estructura griega rosada que adornaba la entrada al emblemático cementerio y en su interior sintió un profundo vacío, le ahogaba la idea de saber que su madre había quedado ahí, sola, con frío y en peligro. Se sentía afectada, eran pocos los momentos donde aceptaba la muerte de su progenitora. Se adelantó a bajar las escalinatas y se precipitó hacia la avenida Guzmán, estaba cansada y estresada, desde dónde estaba, lograba divisar una gran fila para subir al colectivo que normalmente la llevaba a su casa. Sin muchas ganas de pertenecer a aquella fila decidió sacar de su cartera varios billetes y cálculo su trayecto desde ahí hasta su residencia, acordando que no fuera demasiado lejos optó por tomar un taxi. 

Casi de inmediato, al pararse sobre la avenida Guzmán y sin siquiera haber extendido la mano para avisar, un viejo pero muy bien cuidado auto se estacionó en su vereda, era un taxi. Sin hacerse prevenciones de ningún tipo Felipa abrió la puerta y subió al taxi, indico con su dirección y sin siquiera obtener respuesta del conductor, este arranco. 

Durante el recorrido Felipa se sentía cada vez más cansada y sus ojos casi se entrecerraban con cada movimiento que el auto hacia. Tenía frío, supuso que era parte de un resfrío por el que estaba travesando pero este frío se hacía cada vez más intenso, y comenzaba a incomodarle. Intentó subir la ventana del auto pero se dio cuenta que estabas todas arriba. El frío era insoportable.

- Señor, podría quitar el aire – exigió con voz temblorosa.

Pero Felipa no recibió respuesta. Se reincorporo de nuevo luego de la ignorada propiciada por el conductor y se asomó por la ventana y pudo darse cuenta de que no sabía dónde estaba y aún peor, ya debería haber llegado a su casa. La temperatura disminuía cada vez más al punto de notar el denso vaho que salía de su boca producto de su respiración. Se abalanzó sobre la el intermedio de las sillas muy molesta para exigirle al conductor que se detuviera y pudo notar aún sin mirar su rostro, que está persona tenía una delgadez extrema, la ropa deshilachada y la piel rústica y corroída impregnada en los huesos. Al ver esto no pudo pronunciar palabra alguna, dirigió su mirada al retrovisor interno y en el reflejo que daba al asiento del conductor no vio a nadie. Intentó salir del vehículo pero las puertas estaban trabadas, la temperatura seguía descendiendo cuando volvió a mirar el espejo del auto se encontró con su propio reflejo consumido y rígido, era un zombie de película, los gusanos recorrían su putrefacto rostro. 

Salto del susto y pudo abrir la puerta del viejo taxi, corrió lejos de la calle y se encontró de nuevo con la imponente entrada al cementerio, justo donde había agarrado el taxi. Se tiró al piso, estaba perturbada por lo que acababa de vivir.  Sintió una terrible agonía y comenzó a gritar con desesperación.

Felipa despertó golpeando la gruesa capa de mármol que cubría la tumba de su madre en el interior de mausoleo, estaba completamente desarreglada. Y despelucada, admitió haber estado soñando y sonrió al sentirse ridícula por primera vez en su vida. Con pocos arreglos pudo componerse y salir, la noche caía sobre el cementerio y se apuro a caminar mucho mas rápido por los callejones para llegar de nuevo a la avenida Guzmán antes de podes cruzar la calle un taxi igual de su pesadilla se le atravesó en el camino. Felipa dio un paso a tras de miedo, las ventanas del auto y aquel no tenia conductor. Felipa mando su mano derecha al corazón del asombro y sintió que esté ya no latía más, desde ese momento entendió que hacía parte de la muerte y que su pesadilla jamás tendría un final. 

Autor: Joan Velásquez
Facebook: Joan Velásquez