Todavía mantengo en mi mente muy presente y redundante,
aquel preciso instante en que decidí aventurarme y dejar el mundo que hasta
entonces conocía, que era mío y que durante muchos años, mi ser lo entendía
como su hogar.
No es difícil de imaginar aquel sentimiento de pertenencia,
es naturaleza humana, y parte de amor propio, pero más que eso, es la educación
brindada por la sociedad, te
acostumbraba a las calles de tu ciudad hogar, mostrándote el mundo de manera
limitada, pero que para la mente de alguien como yo en ese entonces, era la
única realidad conocida, pero ahí estaba yo, recapitulando mi existencia,
examinado uno por uno los momentos que viví, y sintiendo el miedo más grande
del mundo, o por lo menos de mi mundo.
El miedo es el primer sentimiento que surge cuando te
encuentras a punto de enfrentarte a lo desconocido, y no es para menos, es como
entrar a un lugar oscuro sin tener idea de poder volver, y así me sentía, aterrorizado,
feliz, temeroso, entusiasta, fue la mezcla de sentimientos más grande de mi
vida, estaba a punto de dejar todo lo que conocía y creía mío, para conocer la
verdadera extensión del mundo, tal cual como durante muchos años solo la
televisión me mostraba.
Soy nativo de la alegría, cada día en ese peculiar lugar era
de fiesta, la felicidad era esencial sobre todo momento, cada instante era
maravilloso, y aunque todo es perspectiva, era mi punto de vista, mi manera de
sentir ese pedazo de tierra, esa jungla de concreto rodeado de hermosos cerros,
adornada de bellas sonrisas y ambientada por la salsa, ese era mi diario vivir,
acompañado de pluralidad cultural y de la hermosa variedad de expresiones de
afecto y amistad, sin embargo, en el fondo Yo sabía que el mundo era mucho más
grande que la visión panorámica que tenía desde la colina de san Antonio, mucho
más allá de los siete ríos que atraviesan la ciudad, se encontraba un
movimiento humano, una locura de 20 horas que abarcaba los 7 días de la semana,
un sinfín de culturas y millares de personalidades.
Nunca estuve preparado, creo yo que nadie está preparado
para dar el salto fronterizo, nadie me advirtió de la magnitud de la decisión, pero soy joven, un humano curioso, uno más, y
las ansias eran mayores que mis temores, así pues me encontraba a solo 5
minutos de abordar, a 5 minutos de expandir mi conocimiento, a 5 minutos de
vivir, de crecer y no volver.
Comencé a volar en mis sueños, creía imposible lo que estaba
viviendo, aunque las decisiones nunca son fáciles, dejar lo que amas, esas
personas, esos lugares, y llevarte solo los recuerdos, una cabeza llena de
bellos momentos y un corazón a estallar de zozobra, de sentimiento por las
experiencias, es como cuando arrancan una parte de ti, solo dejas tu corazón al
dejar tu hogar.
Pero a pesar de toda la nostalgia, siempre llevas presente
esa felicidad característica de vivir, ingrese lentamente, llegue a mi lugar,
me senté, aferrándome a la silla como si ella fuera cada persona que deje, como
si fuera cada calle que extrañaré, así cerré
los ojos y simplemente imagine, pensé, y rogué que todo estuviera bien, que las
cosas salieran bien y que mi mundo, hoy más grande se convirtiera en mi hogar, aquel
fue el primero de los muchos viajes posteriores, pero fue el que partió mi
historia en dos, el que recuerdo con cariño y del que agradeceré toda mi vida, mire
por la ventana aproximada y me encontré con el Washington Monument en una oscura noche de inverno americana, el
miedo aumenta paralelo al interés por una nueva vida, siempre entendiendo que
aquella noche solo se daría el primero de millones de cambios, fue en ese 29 de
noviembre que atravesé un continente entero
para llegar a un destino incierto, a un libro que apenas comenzaba a escribirse
y donde yo era el protagonista.