Al tomar conciencia, lo primero que pudo percibir fue el olor de su
habitación, pues ella misma plantaba menta en sus ventanas para que en las
tardes al correr el viento, el olor se esparciera por toda el lugar. Aun no
recordaba nada solo sentía confusión y un poco de dolor en su espalda, pero aun así por primera vez en mucho tiempo
se sentía tranquila, su momentáneo seño fue el más placentero que pudiera
recordar. No se animaba a abrir los ojos, sabía que Tomas estaba a su lado, y
que alguien más caminaba por la habitación, podía sentirlo. Quería evitar las
molestas preguntas sobre lo ocurrido, no podía explicarles lo que veía porque
hasta ella misma no tenía la certeza de que fuera real, si alguien descubriera
sobre sus alucinaciones, podría terminar el resto de su vida en un manicomio.
-Sé que estas despierta hermanita- Dijo Tomas susurrándole al oído
Isabel abrió los ojos y le sonrió.
-¿Estás bien?
-Sí, estoy bien me duele un poco la espalda pero no es nada, ¿qué
paso?-Pregunto fingiendo incertidumbre.
-Bueno, la verdad no sé bien cómo sucedieron las cosas, pero lo que
pude presenciar fue tus fuertes alaridos, ¡parecía como si hubieses visto un
demonio! Comenzaste a alejarte de la mesa y de pronto te desplomaste en el
sueño. Papá te trajo hasta aquí, dijo que habías tenido una crisis de ansiedad,
el doctor vino de inmediato a verte; tardando menos de cinco minutos contigo salió y simplemente dijo
que estabas en perfectas condiciones, que solo necesitas descansar. ¿Y adivina quién
decidió quedarse contigo un rato?
-A ver, déjame pensar, ¡mi hermoso hermano Tom y el bello Lucas!-Dijo sonriente,
mientras estiraba sus brazos para abrazar a Tomas.
-Sí, ¡yo!, pero Lucas no está aquí- le corrigió
-¿Ah no?, entonces, ¿quién está contigo?-dijo mientras hacia un
esfuerzo para sentarse en su cama.
-Nadie, he estado aquí por horas, solo tú y yo-dijo con insatisfacción
a ver la reacción de Isabel. ¿Por qué?, ¿esperabas a Lucas también?
-No, no, es solo que pensé que estabas con alguien más-dijo preocupada
mientras se levantaba de la cama y observaba la habitación buscando esa presencia. Debe ser
producto de sueño que aún tengo. No te preocupes, me tomare una ducha, hermoso,
puedes irte, estaré bien.
-Perfecto, hermanita-pronunció antes de darle un beso en la mejilla y
salir de su habitación.
Al cerrar la puerta del cuarto de Isabel, sintió alivio, esa como si
descansase de algún tipo de estrés o miedo propias de aquella habitación, no
era usual que Tomas se acercara al
cuarto de Isabel, incluso no recordaba al última vez que piso aquel lugar de la
Mansión.
Caminó por el pasillo oscuro que separaba el cuarto de Isabel de la
escalera y descendió al segundo piso, recorrió un pequeño puente que conectaba
la Misión con la torre tres, aquel puente era tan viejo que al pasar, se
escuchaban como la madera se quebrantaba pero aún así no se dignaba a caer.
Justo al atravesar el puente, una enorme puerta de roble se alzaba
delante de él, en ella estaban talladas figuras históricas de la Milicia del
reino, el ejército real y sus héroes estaban esculpidos a la perfección en
aquella puerta majestuosa. Al abrirla, se encontraba con un centro de comando, antiguamente aquella habitación
había servido de Estudio de Guerra para “El Lobo”, era el lugar donde él y la
cúpula militar discutían los pasos a seguir en los enfrentamientos, donde se
planeaba las acciones y se tomaban
decisiones. Lucas y Tomas se apropiaron del lugar y la transformaron en su
habitación.
Recorrió treinta pasos antes de llegar a su cama, se tiró en ella boca
abajo y se quedó ahí inmóvil, pensado sobre lo que su madre la había dicho en
el desayuno.
-Por fin llegas hermanito-dijo Lucas con tranquilidad mientras salía
del baño. Pensé que te ibas a tardar más. ¿Cómo sigue Isabel?
-Bien, despertó hace unos minutos, no recuerda nada al perecer, pero la
vi con buen semblante-contestó con desgano.
-¿Te pasa algo?-pregunto Lucas con curiosidad
-Sí, estoy muy preocupado-respondió
-Si es por la princesa Lorena no
debes preocuparte, sabes que la vida de rey nos sentaría bien a
cualquiera de los dos-dijo dándole ánimos.
-Eso también me preocupa, pero es nuestra madre la que tiene mi
atención en este momento- dijo sin levantar la cabeza. Esta mañana se acercó a
mi diciéndome que lo mejor era casar con la princesa Lorena así corregía
algunas “conductas”.
-¿Crees que tenga conocimiento de algo?-preguntó Lucas son evidente
preocupación.
-No sé, es muy confuso todo, puede hablar de ello, como puede estar
hablando de otra cosa. ¿Pero que es la otra cosa?, ¿Qué puede saber ella?,
¿Cómo puede enterarse de algo así?, apenas la vemos en las mañanas-Replicó Tomas
con impaciencia.
-Bueno, no ganamos nada con alterarnos ahora-contestó cortante. Lo
mejor que podemos hacer ahora es esperar.
Lucas se dirigió a su cama y se tiró boca arriba, el silencio se
apodero del lugar durante unos minutos, miró al techo y despejó sus
preocupaciones.
-No quiero ir hoy al hipódromo-Dijo Lucas desde su cama.
-Yo tampoco, pero es nuestro deber, tenemos carrera esta tarde y Lois
nos espera-dijo Tomas mientras se levantaba de su cama y comenzaba a caminar
hasta donde su hermano reposaba.
-Tienes razón pero creo no habrá problema en que leguemos un tanto más
tarde que de costumbre-Propuso Lucas mientras le sonreía a su hermano. No creo
que le moleste, somos campeones, nunca salimos del podio.
-Está bien-confirmó Tomas. Hazme un espacio a tu lado.
-¿Crees que lo sabe?-Pregunto Lucas
-No sé, no hay forma de que lo sepa, creo que tienes razón, no vale la
pena pensar en ello a ahora-Respondió.
-Dejemos de pensar en ello, mejor…-dijo Tomas mientras se levantaba y
se sentaba frente a Lucas en su cama.
-No creo que sea buen momento-dijo Lucas mientras se miraban fijamente.
Con sus manos Tomas comenzaba a repasar cada curvatura, cada uno de los
músculos perfectamente tallados de su hermano mientras le sostenía la mirada,
disfrutaba sentir su calor y su consentimiento en el proceso, le encantaba la
idea de volverse loco por un instante y disfrutar de lo prohibido, amaba cada
segundo en la intimidad con su hermano. Amaba a su hermano. Se sentía como un
delincuente, un loco despreciable que donde fuese descubierto, no tendría lugar
alguno donde esconder su vergüenza, pero también sabía que su desorden mental
no solo le pertenecía a él, también Lucas disfrutaba de la locura y de la desvergüenza.
Saboreaba cada rincón de su cuerpo con una pasión única, desenfrenadamente, se
tocaban entre sí. Adoraba el olor de su masculinidad, era como amarse a sí
mismo, era como hacer el amor con su propia persona, era único. Mientras sufría un dolor que era directamente
proporcionar a su placer y su locura. Era su secreto, un secreto de dos, de
sangre y del corazón, era su mundo sin razón, era su vida perdida por un
instante de irrenunciable placer que les abría las puertas del infierno y que
unidos en un solo cuerpo atravesaban si pudor.
Amry se paseaba por el Camino del Rey con un absoluto sentimiento de
desconcierto, después del fracaso que
había sido su desayuno, solo le restaba un poco de tranquilidad en el lugar más
lindo de la casa. Ella era nueva en la casa, su marido era el dueño de la
antigua mansión por linaje, había accedido a casarse con él por salir de la
pobreza, salir del bajo reino al que estaba condenada a vivir. Si bien su
conciencia le recordaba constante mente que el destino no es evadible, sabía
desde el primer momento en que cruzo la puerta principal como dueña y señora de
la casa que ese lugar seria suyo y podría ser todo lo que quisiera en su vida
sin que la vida se lo negara jamás, y haría hasta lo imposible para burlarse
del destino en…
-Ya la ha visto el médico oficial-le interrumpió John con más
tranquilidad.
-Que bien-respondió sin mayor emoción mientras continuaba mirando las
flores a su alrededor que ya comenzaban a marchitarse por la llegada del
invierno.
-¿Pasa algo?-Pregunto asombrado ante la falta de preocupación de su esposa.
-No, todo está en orden-respondió esbozando una sonrisa. ¡Ah, mira! es una rosa amarilla, se ven muy pocas
por esta época, de hecho, podría asegurar que es muy raro que se ve una en esta
época.
-¡No me importa tu maldita rosa!-le respondió con agresividad. Tu hija
acaba de sufrir un ataque de ansiedad que la ha dejado inconsciente y a ti no
te importa en lo absoluto.
-Me preocupo por lo verdaderamente importante- respondió serena.
-¿A caso hay algo más importante que tu hija?-le replico aún más
enojado.
-Nuestra vida cambia más rápido que el clima, el frio invierno no es
nada comparable con la gélida compañía que camina en nuestra casa-dijo con
asombro mientras levantaba la rosa amarilla que dejante de ella y de John se
marchitaba sin explicación y se deshojaba con facilidad con el viento.
-Creo que tú también necesitas
descansar…-dijo mientras se alejaba de ella por el Camino del Rey, hacia la puerta
principal.
El día en la casa había transcurrido con total normalidad, cada uno de
los integrantes de la familia se dedicaron a sus tareas normales y cotidianas.
Llegaba la noche y la familia se encontraba en la mesa de nuevo, esta vez
ninguno cruzo palabra alguna con nadie. Un silencio sepulcral invadía el
comedor, mientras las empleadas traían y llevaban más comida. Terminada la cena
cada uno regreso a su habitación con total normalidad.
Isabel estaba nerviosa, su día había sido fatal, sentía miedo de dormir
sola pero no tenía opción, no podía demostrar su inestabilidad emocional, ella
sabía que su madre usaría cualquier pretexto para sacarla de la casa. Cambio su vestuario por,
aunque aquella noche comenzaba a helar, ella sentía calor en su habitación. Su
cama esta revestidas por sabanas y tendidos del Fuerte del norte, no existía
mejor tela que la elaborada en ese lugar y adquirirla era sumamente difícil
pues El Renio llevaba ya más de cien años en enemistad con los reyes del Fuerte del Norte. Prefirió
desnudar su cuerpo por completo y dormir lo más relajada posible. Se recostó en
su cama y puso su gruesa sabana cubriéndola completamente hasta sus labios,
solo sus ojos estaban descubiertos tratando de observar el fondo de su habitación con detenimiento, sintió
tranquilidad instantánea al saber que todo estaba en orden, que nada se movía
solo y nada extraño pasaba a su alrededor. Su cansancio tomo protagonismo y
quedo dormida al instante.
John estaba listo para ir a la cama, estaba el baño de su habitación mientras su esposa
dormía profundamente, cuidaba de sus dientes mientras preparaba su tina para un
baño de inmersión, mientras cepillaba sus diente se observaba en el espejo, su
cara de agotamiento era evidente, se encogió un poco para juagar su boca con
agua y al levantarse se encontró a Jenna reflejada en su espejo. Jenna era una
empleada nueva en la cocina, llevaba tres semanas en el puesto y era la
prefería de John, una mujer despampánate, era una mujer hermosa, aun a su edad
John se recargaba de hormonas al verla, y aún más porque sabía de qué estaba
hecha. Jenna gano su empleo con un poco de diversión con el señor de la casa,
dejándolo tan loco que hasta le encargo la jefatura de la cocina.
-¿Qué haces aquí?, ¿Cómo entraste?, ¡Mi esposa está durmiendo justo
aquí!, si nos encuentra nos va a matar a los dos juntos-dijo con evidente
preocupación pero a su vez también deseaba su presencia mucho más que la de su
mujer.
Jenna lo miro fijamente, sus ojos era dos perlas oscuras, eran obras de
arte. Le sonrió perspicazmente y comenzó a desvestirse frente a el sin
pronunciar ni una sola palabra.
John en medio de su preocupación no pudo esconder la emoción que
sentía, la adrenalina invadía su cuerpo y una erección se hizo presente.
Jenna seguía sonriendo, ya completamente denuda caminó por el cuarto
hasta la puerta, mientas hacía señas a John para que la siguiera, John sin
pensar la siguió, estaba hipnotizado, su razonamiento era mínimo, sus deseos lo
invadían y sus fantasías lo abordaban. La siguió por todo el corredor hasta la
escalera, seguía decencia tan rápida y
silenciosamente como podía detrás de ella mientras se desnudaba por completo y
comenzaba a tocarse.
-¡Eres traviesa!, ¡me enloqueces mujer!, ¡no me hagas esperar más!-
decía sin con el sexo en su mente.
Ella no contesto, solo seguía caminado, deslizándose de escalera en
escalera, de corredor en corredor, parecía un juego de persecución y que a John
le resultaba más que excitante. No se daba cuenta de cuánto recorría, ni donde
estaba, su calor le hacía perder el conocimiento, estaba
en otro mundo. Finalmente Jenna entro en una habitación se dejo caer sobre la
cama mientras pasaba sus manos alrededor de su cuerpo mientras John no podía
aguantar más, se abalanzó sobre la bella mujer acariciándola y tocando sus
partes más intimas mientras ella comenzaba a manifestar resistencia.
-¿Te gusta jugar verdad?-dijo John en tono sarcástico mientras le agarraba ambas manos a mujer y con fuerza los extendía quedando en
el sobre su cuerpo.
Por u momento todo quedo en silencio, su mente se vaciaba poco a poco,
el tiempo se detenía y todo a su alrededor se sentía en cámara lenta. La mujer
lo miraba con deseo, recorría con sus delicadas manos el marcado pecho de John,
pasando por sus abdominales, terminando en su pene erecto, le generaba placer
cada toque aun en su estado de inconsciencia, se desconectaba del mundo lentamente,
pero su fuerza y su deseo seguían intactos, se convertía en un animal. Sentía
su cuerpo crecer en desproporción y con él su necesidad de placer, de
satisfacer, quería entrar en el interior de la mujer, su mirada se modificaba,
su masculinidad inundaba la habitación. Entro en ella salvajemente, tapando su
boca para evitar el molesto ruido de sus gemidos, no podía meterse, en su
interior sabía que no era el pero aprobaba el sentimiento, era su demonio, era
su personalidad, era su realidad la que habitaba su cuerpo en ese momento, se
sentía pleno consigo mismo mientras aprisionaba a la joven contra la cama,
blandiéndola y penetrando su virilidad tan profundamente como su sentir en
aquel momento.
Jenna dejo de gemir, comenzó a tratar de detenerlo pero él no respondía
a sus quejas, intentaba zafar sus manos de las de él, pero la fuerza de John
era monstruosa. Había perdido su humanidad, había perdido su conciencia, pero
sabía y controlaba sus actos. Era en ese momento un animal con el instinto
innegable e insaciable de sentir placer. El llanto de Jenna no se hizo esperar,
se sumía en la desesperación y entraba en el área del dolor, mientras el
inundaba el hundimiento de la cama con su
transpiración. El la agarraba más fuerte cada vez que ella trataba de
forcejear, su brutalidad se acrecentaba, volteándola, golpeándola. John se
satisfacía sin importar el sentir de Jenna, y después de tocar el cielo con las
manos en un orgasmo prolongado John se levanto de la cama, permitiendo que esta
regresara a su forma ideal, y sin siquiera pronunciar una sola palabra y sin
manifestar ningún gesto, camino hacia la ventana, su cuerpo estaba parcialmente iluminado por la luna
mostrando como aquella deformidad física
se disolvía con la luz celeste y regresaba su a su estado original. El
alma y la conciencia fuertemente reprimida por sus más grandes demonios
regresaban y dominaban los campos perdidos por aquella hora de salvajes
instintos. El placer que invadía su cuerpo ara mayor que cualquier sentimiento
ordinario, se liberaba de la represión mantenida en la cotidianidad, su orgasmo
había sido tan intenso que aun le nublaba la vista. Pasaron unos minutos hasta
que por fin John volvía a ser el mismo, cuando su erección se había disipado y
su visión aclarado, pudo comprender que había tocado el infierno con las manos.
John se fijaba con mucha atención en cada detalle del lugar en donde
todo había sucedido, sentía miedo ante aquel pedazo lúgubre de su mansión pero
aun así le producía la satisfacción de saber que por más antigua y descuidada,
esa mansión seguía siendo su casa. Viro velozmente acordándose de la mujer a
con la que acababa de complacer sus más bajos instintos, al observar la escena
quedo atónito, sin siquiera poder respirar, se acerco lentamente a la mujer que
yacía desparramada en la enorme cama con las piernas abiertas de donde provenía
el inmenso color rojo y el olor a muerte que la rodeaba, su belleza se había
esfumado como su vida, se había convertido en un tempano de hielo inmóvil. Desesperado
y entre lágrimas John trataba de asimilar lo que sus ojos estaban viendo, su
desesperación aumentaba con el paso de los segundos mientras en la habitación
reposaba de nuevo el silencio sepulcral pero esta vez dándole bienvenida a la
muerte, la temperatura descendía y en la mente de John solo cabía el
sentimiento de culpa mezclándose con el desagrado producido por el cadáver de
la mujer quien reposaba con la mirada perdida.
Salió de la habitación con mucho apuro buscando alguna sabana lo
suficientemente grande como para poder envolver el cadáver, caminaba apurado
pero con la mayor precaución posible para no hacer ningún ruido, atravesando al
espectral oscuridad de la casa que a esas horas de la madrugada solo era incursionada
por la luz de la luna. Su recorrido se hacía eterno, subió hasta el último piso
de la casa donde estaba la habitación de la servidumbre que ya se encontraba en
desuso. Agarro de golpe la gran sabana de color dorado que recubría la queen de
la antigua habitación y corrió por las escaleras hacia el fatídico lugar,
bajaba las escaleras y parecía no llegar a un piso concreto, lo cual atribuyó a
su imaginación y nerviosismo, pero pasados unos minutos acepto que se había
perdido en la penumbra de su propia casa, de su propio espacio, había perdido
si integridad y su valor entre muchas otras cosas. Comprendió por primera vez
en su vida que no podía controlarlo todo, que su situación estaba fuera de
órbita y que si encontraban rastros de aquella mujer podría morir ante todo el
Reino.
Se encontraba completamente desubicado, en el espacio, en el tiempo, en
su mente, tenía una legión dentro de sí, John descubrió su nueva identidad.
Justo ante él se dibujaba la gran puerta que daba la entrada al lugar donde
yacía su mayor pecado. Al entrar al lugar, cubrió con rapidez los rastros de
del horror cometido y envolviendo el cuerpo en las sabanas, procurando sacar la
mayor cantidad de mancha posible de su cama. Con fuerza, la levantó de la cama
y en hombros la llevo con mucha suavidad fuera de la habitación, descendió
nuevamente por las escaleras hasta llegar al piso principal, procuro abrir la
puerta de entrada de la Mansión con la mayor precaución posible para evitar
ruido mientras sus nervios le jugaban malas pasadas con el cuerpo de la joven.
La arrastro por toco el Camino del Rey, sintiendo un frio exagerado para
aquella noche de otoño.
Recorrer aquel camino le supuso un reto, la interiorización de la idea
de que a partir de ese momento era un prófugo de la verdad, un desconocido
asesino le taladraba la cabeza, a tal punto que soltó a la mujer sobre el piso
de madera y la arrastro de las piernas
hasta llegar a la a la parte trasera del camino. Su firme de decisión de
esconder el cadáver de aquella mujer en el mausoleo familiar era irrefutable,
apresurándose pues a deshacerse de la seguridad que clausuraba la enorme y
pesaba puerta de mausoleo, rompió las cadenas y los candados que sellaban
aquella entrada. Al abrir tan solo un poco pudo sentir el olor a muerde de
aquel lugar que por incontables años había permanecido cerrado, y aunque no nunca
fue una persona de fe en lo metafísico conocía a la perfección los mitos que
rodeaban aquel laberinto. No era capaz, su cobardía lo restringía, el aire vano
y gélido que emitía el interior del lugar le paralizaba las piernas. Decidió
ante la insistencia de su conciencia y de su instinto arrojar con fuerza a la
mujer dentro del lugar, y volver a sellarlo para siempre donde nadie se
atreviera a ingresar y descubrir su secreto. Pero sabía también que el mal había
iniciado su carrera y que había vuelto a elegir, todo esto no terminaría ahí. Su positivismo
le organizaba los pensamientos y lo alejaba nuevamente de aquellos mitos que
destruían su sistema nervioso. Pero su conciencia no desistía de la idea de que
el mal estaba con su familia nuevamente, solo restaba esperar.